viernes, 22 de noviembre de 2019

EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO (XLVII) - De Belén al Calvario (AAB) - (II)




Este artículo es la continuación de El Dolor y el Sufrimiento (XLVI)

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Como en otras ocasiones, para realizar este estudio he intentado hacer una recopilación exhaustiva de extractos de todos los libros del Maestro y de Alice A. Bailey (25) que tratan sobre estos temas, aunque dada la extensión de toda la obra del Tibetano, podría ser que faltase algún fragmento.

Cada fragmento viene precedido por el título del libro, capítulo y/o sección de donde procede el texto, por si se desea ampliar la información mas allá de lo relacionado estrictamente con el tema.

Las conclusiones (cuando las haya) son personales, por tanto, como tales no tiene porque estarse de acuerdo con las mismas. Son reflexiones e interpretaciones propias de los extractos del Tibetano.

En la última entrada que se publique sobre el tema, si lo deseáis, podréis descargaros la recopilación completa en un documento en formato pdf.

Espero que la lectura de estos artículos (que iré publicando progresivamente al ser demasiado extensa toda la recopilación) pueda seros de utilidad.


Dani

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De Belén al Calvario -AAB- (1937)


“…Estrechamente asociadas con la constelación de Virgo, que se encuentra en el mismo sector del cielo, hay otras tres constelaciones, en las cuales está representada simbólicamente la historia del Niño que nacerá, sufrirá y volverá. Existe un grupo de estrellas denominado Coma Berenice, la Mujer con el Niño, los Centauros o el Centauro, y Boötes, nombre que en hebreo significa "el que viene". Ante todo, tenemos el niño nacido de mujer, y esa mujer es virgen: después está el centauro que siempre fue el símbolo de la humanidad en las antiguas mitologías, porque el hombre es un animal más un dios, por lo tanto, un ser humano. Después el que vendrá, descuella sobre todos ellos, influyéndolos, señalando la realización que se logrará por el nacimiento y la encarnación humana. Verdaderamente el libro ilustrado del cielo contiene la eterna verdad para los que tienen ojos para ver e intuición lo bastante desarrollada para interpretar. La profecía no está confinada a La Biblia solamente, sino que aparece ante los ojos de los hombres en la bóveda celeste.” (481)

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“Asociadas al libro de imágenes de los cielos, hay tres constelaciones, además de la de Virgo, simbolizadas por mujeres. Tenemos a Casiopeya, la Mujer Entronizada. Esta constelación es el símbolo de la etapa de la vida humana en la cual predomina y triunfa la materia y la forma, donde la vida divina interna está tan profundamente oculta que no hay signo de ella, controlando y rigiendo solamente la naturaleza material. Luego viene una etapa posterior en la historia de la raza y del individuo, donde encontramos a Berenice que surge simbólicamente, es decir, la Mujer que lleva al Cristo-Niño. En esta etapa la materia empieza a revelar su verdadera función, que es dar a luz al Cristo en cada forma. Cuando el giro de la gran rueda de la vida haya desempeñado su parte, entonces María puede salir de Nazaret, en Galilea, y dirigirse a Belén, para dar a luz al Salvador. Por último tenemos a Andrómeda, la Mujer encadenada, o la materia supeditada al alma. Así rige el Alma o el Cristo. Tenemos, primero, la materia dominante, entronizada y triunfante. Segundo, la materia como custodio de la divinidad, de la belleza y la realidad ocultas, preparada para traerlas a la existencia. Tercero, la materia como servidora de lo que ha nacido, el Cristo. Sin embargo, nada de esto se efectúa si no se emprende el viaje desde Nazaret, el lugar de la consagración, y desde Galilea, el lugar de la rutina cotidiana de la vida, y todo esto es cierto, ya se trate del Cristo cósmico oculto por la forma de un sistema solar, o del Cristo mítico oculto en la humanidad en el trascurso de las edades, o del Cristo histórico oculto dentro de la forma de Jesús, o el Cristo individual oculto en el hombre común. La rutina es siempre la misma: el viaje, el nuevo nacimiento, la experiencia de la vida, el servicio que debe prestarse, la muerte que debe sufrirse y, después, la resurrección para un servicio más amplio.

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En la actualidad las muchedumbres viajan. La enseñanza del Sendero y del Camino a Dios, absorben hoy la atención de los aspirantes en el mundo. Estamos en el sendero de retorno a Belén, un Belén individual y racial. Estamos a punto de penetrar en la caverna donde tendrá lugar el nuevo nacimiento, y la etapa del largo viaje de la vida está casi completa. Este simbolismo es quizá más real de lo que creemos. El actual problema mundial lo constituye el pan, y nuestras inquietudes, perplejidades, guerras y luchas, se basan en el problema económico de cómo alimentar a los pueblos. Todo el mundo se ocupa ahora de la idea de Belén, del pan. En esta sutil implicancia hay una segura garantía de que así como anteriormente Cristo llegó a la Casa del Pan, así cumplirá Su palabra nuevamente, Se realizará a Sí mismo y retornará. La caverna, lugar de la oscuridad y del malestar, fue para María un lugar de dolor y de agotamiento. Esta historia de la caverna o establo del Nuevo Testamento, quizá sea más simbólica que ninguna otra en la Biblia. El viaje largo y penoso terminó en una oscura caverna. El largo y agotador viaje de la humanidad nos ha llevado hoy a un lugar muy difícil y desagradable. La vida del discípulo individual, antes de recibir la iniciación y pasar por la experiencia del nuevo nacimiento, es siempre de enormes dificultades y penurias. Pero en las tinieblas y en las dificultades se descubre al Cristo; allí puede, florecer la vida crística, y podemos presentarnos ante Él, como el Iniciador.” (482)

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“Cuando vieron brillar la estrella, los tres Reyes emprendieron el viaje, y cargados de regalos llegaron a Belén. Son los símbolos de esos discípulos en el mundo que están hoy dispuestos a prepararse para recibir la primera iniciación; trasmutar su conocimiento en sabiduría y ofrecer todo lo que poseen al Cristo interno.

Los regalos que llevaban constituyen el tipo específico de disciplina que debe seguirse a fin de entregar al Cristo, en el momento del nuevo nacimiento, dones que simbolizarán lo realizado. Los tres Reyes ofrecieron al infante Jesús tres regalos --oro, incienso y mirra. Analicemos por un momento la importancia específica que éstos tienen para el futuro iniciado individual. Los esoteristas dicen que el hombre es de naturaleza triple y esta verdad está apoyada por los sicólogos con sus investigaciones y experimentos. El hombre es un cuerpo físico viviente, una suma total de reacciones emocionales y también ese algo misterioso que llamamos mente. Las tres partes del hombre: física, emocional y mental, tienen que ofrecerse en sacrificio y adoración, como dádiva voluntaria al “Cristo interno", antes que el Cristo pueda expresarse por medio del discípulo y del iniciado, como Él anhela hacerlo. El oro es un símbolo de la naturaleza material que debe ser consagrado al servicio de Dios y del hombre. El incienso simboliza la naturaleza emocional, con sus aspiraciones, deseos y anhelos, y esta aspiración debe elevarse, como el incienso, hasta los pies de Dios. El incienso es también símbolo de purificación, ese fuego que consume toda la escoria y deja la esencia para que Dios la bendiga. La mirra o la amargura, se relaciona con la mente. Por medio de la mente sufrimos como seres humanos, y cuanto más progresa la raza y se desarrolla la mente, tanto mayor es nuestra capacidad de sufrimiento. Pero cuando el sufrimiento se ve en su verdadera luz y se lo dedica a la divinidad, puede empleárselo como instrumento de mayor acercamiento a Dios. Entonces podemos ofrecer a Dios ese raro y maravilloso don de una mente que ha alcanzado la sabiduría por el dolor, y de un Corazón que se ha hecho bondadoso por la zozobra y las dificultades superadas.

A medida que estudiamos el significado de esas tres ofrendas presentadas al niño Jesús por los antiguos discípulos, y al observar su significado en lo que respecta a nuestra situación individual, resulta igualmente evidente que la humanidad, como raza, está hoy ante el niño Jesús en la Casa del Pan, al final de un largo viaje, y puede ofrecer, si lo desea, los dones de la vida material, los de la purificación, por medio de los fuegos de la adversidad y el sufrimiento a que estuvo sometida. La humanidad puede viajar desde Galilea vía Nazaret. El oro, objeto que hoy parece ser la sangre vital de los pueblos, debe consagrarse a Cristo. El incienso, los sueños, las visiones y aspiraciones de la multitud, tan reales y profundos que todas las naciones luchan por expresarlos, deben también dedicarse y ofrecerse al Cristo para ser Él el todo en todos. El dolor y sufrimiento y la agonía de la humanidad, nunca tan agudas como ahora, debe ofrendarse a los pies del Cristo. Hemos aprendido mucho. Que el significado de todo esto penetre en nuestros corazones y en nuestras mentes y que la razón del dolor nos impulse a ofrecerla como nuestra máxima dádiva a Cristo. El dolor siempre acompaña al nacimiento. En el aposento donde se produce un nacimiento hay sufrimiento. Su comprensión despierta en las mentes de quienes meditan sobre el sufrimiento y la agonía del mundo, un optimismo profundo y constructivo. ¿No podría indicar que los dolores de parto preceden a la revelación de -Cristo?.” (483)

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“Por el amor y la práctica amorosa probamos nuestra iniciación en los misterios. Nacidos en el mundo de amor de Belén, la nota clave de nuestras vidas, desde ese momento, debe ser la obediencia a lo más elevado que hay en nosotros, el amor a todos los seres, y la total confianza en el poder del Cristo inmanente, para expresar (por medio de la forma externa de nuestra personalidad) una vida de amor. La vida de Cristo debe ser vivida hoy y, oportunamente, por todos. Es una vida de regocijo y alegría, de pruebas y de problemas, pero su esencia es amor y su método, el amor.

"Los hombres de fe, los hombres felices, los hombres con luz en los ojos y un canto en sus corazones, dicen que Dios dio mucho más que una señal en los cielos, o una vislumbre de un fulgurante pergamino. Dio una vida y murió por nosotros. Dicen que tomó sobre Sí el dolor y la desesperación del mundo, disipándolos en un solo sacramento de amor." (*)” (484)

(*) The Fool Hath Said, de Beverley Nichols, pág. 48.

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“En la evolución de la raza, se desarrolla primeramente la naturaleza sensoria, y el agua siempre ha sido el símbolo de esa naturaleza. La naturaleza fluida de las emociones y el cambio constante entre el placer y el dolor, las tormentas que surgen en el mundo del sentimiento; y la paz y la calma que pueden descender sobre el hombre, hacen del agua el símbolo más adecuado para este sutil mundo interno de la naturaleza inferior, en el que vivimos la mayor parte de nosotros y en el que nuestra conciencia está enfocada predominantemente. El hombre o la mujer común, es especialmente una mezcla de las naturalezas física y emocional; todas las razas primitivas presentan esta característica, y es probable que en la antigua Atlántida la civilización estuviera centrada en los sentimientos y deseos, en las emociones y —en los tipos más avanzados de esa raza— en el corazón. Juan el Bautista, por lo tanto, dio el bautismo por el agua, que testimoniaba la purificación de la naturaleza emocional, que siempre debe ser el paso preliminar a la purificación por el fuego.” (485)

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““El Espíritu Santo es fuego. Ahora bien, cualquiera sea el significado del emblema de las cláusulas precedentes y subsiguientes (extraídas de Mt. 3:2), el texto sólo puede tener un significado, es la influencia purificadora del Espíritu de Dios. El bautismo por el Espíritu Santo y el fuego, no son dos cosas distintas, sino que el primero es la realidad de la cual el último es el símbolo. Será de valor tratar brevemente la fuerza del símbolo. El fuego en el mundo entero representa la energía divina. Las Escrituras lo emplean desde el principio... Tenemos así, una ininterrumpida cadena de simbolismos, según los cuales, algunos aspectos de la naturaleza divina y especialmente el Espíritu de Dios, es presentado por el fuego. Surge el interrogante ¿cuál es ese aspecto? En respuesta, les recordaré que los atributos y obras del Espíritu de Dios nunca se representan en las Escrituras como destructores, sino sólo punitivos, hasta donde el reconocimiento del pecado, que Él inculca en el corazón, puede considerarse como castigo. El fuego del Espíritu de Dios, en todos los casos no es una energía iracunda que inflige dolor y muerte, sino omnipotencia misericordiosa que trae consigo luz, gozo y paz.” (*)” (486)

(*) Sermons, de A. Maclaren, Serie 2ª, págs. 229, 231.

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“Dos cosas suceden en la iniciación: el iniciado descubre a sus hermanos iniciados con quienes puede asociarse, y también la misión que se le ha confiado. Se da cuenta de su divinidad en un sentido nuevo y real, no simplemente como una profunda esperanza espiritual o posibilidad hipotética y un anhelo de su corazón. Sabe que es hijo de Dios, por lo tanto se lo reconocerá como tal. Éste fue el caso sorprendente de Jesucristo. Su tarea surgió con todas sus temibles implicaciones ante Sus Ojos, y sin duda esta causa lo llevó a internarse en el desierto. El ansia de soledad, la búsqueda de esa quietud donde la reflexión y la determinación pueden vigorizarse mutuamente, fue el resultado natural de ese reconocimiento. Vio lo que debía hacer —servir, sufrir y fundar el reino de Dios. La expansión de conciencia fue inmediata y honda. El profesor Schweitzer (*) dice al respecto:

“Acerca del anterior desarrollo de Jesús nada sabemos. Todo queda en la oscuridad. Sólo una cosa es segura: en Su bautismo Le fue revelado el secreto de Su existencia, es decir, que era Él a quien Dios había destinado ser el Mesías. Con tal revelación, quedó integrado, no requiriendo ulteriores desenvolvimientos. Porque en ese momento se Le aseguró que, hasta el inminente advenimiento de la hora mesiánica en que se Le revelaría Su dignidad gloriosa, debía trabajar para el Reino como el Mesías oculto o desconocido, probarse a Sí Mismo y purificarse, conjuntamente con Sus amigos, para Su dolor final.”

Para Jesús, como hombre, fue probablemente un descubrimiento intranquilizador. Oscuros presagios del sendero que Él debería hollar, algunas veces habrán acudido a Su mente, pero todas sus implicancias y la imagen del camino que tenía por delante, no pudieron surgir en Su conciencia en toda su plenitud hasta haber pasado la segunda iniciación, en la que Su purificación fue total. Entonces Se enfrentó con la vida de servicio y con las dificultades que aparecen en el sendero de todo consciente hijo de Dios. El autor citado anteriormente dice:

“En la conciencia mesiánica de Jesús, la idea del sufrimiento adquirió, en lo que a Él atañe, una misteriosa significación. El mesianismo, del cual fue consciente en Su bautismo, no era una posesión ni un simple objeto de expectativa, pero en el concepto escatológico se daba por hecho, que mediante la prueba del sufrimiento debía convertirse en lo que Dios Le había destinado que fuera. Su conciencia mesiánica nunca careció de la idea de la Pasión. El sufrimiento es el camino hacia la revelación del mesianismo.” (**)

La entera vida de Cristo fue una prolongada vía dolorosa, pero siempre estuvo iluminada por la luz de Su alma y por el reconocimiento del Padre. Según registra El Nuevo Testamento, Su vida se dividió en períodos y ciclos definidos, y aunque, por supuesto, los detalles de lo que debía hacer se Le revelaban en forma progresiva, toda Su vida constituyó un gran sacrificio, una gran experiencia y un propósito definido. Este objetivo definido y esta consagración del entero hombre a un ideal, indican un estado de iniciación. Todos los acontecimientos están relacionados con el cumplimiento de la tarea de la vida, la cual adquiere una verdadera significación. Ésta es la lección que todos nosotros no iniciados y aspirantes podemos ahora aprender y empezar por decir: “Cuando contemplo el pasado, la vida no es para mí una sucesión de experiencias, sino una gran experiencia, iluminada aquí y allí por momentos de revelación”. (***)” (487)

(*) The Mystery of tke Kingdom of God, pág. 354.
(**) The Mystery of the Kingdom of God, pág. 223.
(***) A Pilgrim’s Quest for the Absolute, de Lord Conway of Allington, pág. 8.

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“En esta inherente y divina luz latente y también emanando de Dios, Cristo tuvo la visión que le demostró su Filiación, su Mesianismo y el sendero de sufrimiento. Esta visión es herencia y revelación de cada discípulo individual. Esta revelación mística puede percibirse, y una vez percibida constituye una realidad a menudo inexplicable, pero una realidad definidamente clara e ineludible. Proporciona al iniciado la confianza y el poder para seguir adelante. Es efectiva en nuestra experiencia y es la raíz de toda nuestra consistencia y también inexpugnable servicio futuro. Sobre esta base, marchamos valientemente de lo conocido a lo desconocido. Es finalmente inefable, porque subraya nuestra divinidad, está fundamentada sobre la cualidad divina y emana de Dios. Es una vislumbre del reino de Dios y una revelación del sendero que debemos hollar en nuestro camino hacia Él. Constituye una expansión que nos permite comprender que “el reino de Dios es un estado del alma, que proviene del espíritu y se refleja en el cuerpo”(*1).

…/…

“El primer paso hacia este reino(*2) es por medio del nuevo Nacimiento y el segundo por el bautismo de la Purificación. Es un proceso para adquirir las características del reino y lograr gradualmente esa madurez que caracteriza al ciudadano de ese reino. Cristo lo testimonió en el bautismo, donde alcanzó la madurez, dándonos un ejemplo, y mediante Su paso triunfal por las tres tentaciones, demostró la pureza necesaria. Annie Besant se refiere a este crecimiento gradual en el reino, en los siguientes términos:

“El creyente común está ‘vestido de Cristo’, porque ‘todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos’.(*3) Eran niños en Cristo... y Cristo era el Salvador al que ellos pedían ayuda, puesto que Lo conocían ‘según la carne’. Pero, cuando ellos habían vencido a la naturaleza inferior y no eran ya ‘carnales’, entraban en un sendero superior y se trasformaban en Cristo. Esto que Él Mismo había logrado, era el deseo del Apóstol para sus seguidores: ‘Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros’.(*4) Él era ya su padre espiritual, habiéndolos ‘engendrado por medio del evangelio’.(*5) Entonces el Cristo Niño, el Divino Infante, nacía en el alma, ‘en lo interno del corazón’,(*6) trasformándose así el iniciado en el 'hijito’; de allí en adelante debía vivir en su propia persona la vida del Cristo, hasta volverse ‘un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo “(*7 *8)”.” (488)

(*1) The Religion of Love, del Gran Duque Alejandro de Rusia
(*2) Reino de Dios
(*3) Ga., 3:27.
(*4) Ga., 4:19.
(*5) I cor., 4:15.
(*6) I P., 3:4.
(*7) Ef., 4:13.
(*8) Cristianismo Esotérico

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(481) CAPITULO II. La Primera Iniciación... El Nacimiento en Belén. 4 (pág. 70)
(482) CAPITULO II. La Primera Iniciación... El Nacimiento en Belén. 4 (pág. 72 y 73)
(483) CAPITULO II. La Primera Iniciación... El Nacimiento en Belén. 4 (pág. 78)
(484) CAPITULO II. La Primera Iniciación... El Nacimiento en Belén. 5 (pág.  )
(485) CAPITULO III. La Segunda Iniciación... El Bautismo en el Jordán. 2 (pág. 104)
(486) CAPITULO III. La Segunda Iniciación... El Bautismo en el Jordán. 2 (pág. 105)
(487) CAPITULO III. La Segunda Iniciación... El Bautismo en el Jordán. 2 (pág. 107)
(488) CAPITULO III. La Segunda Iniciación... El Bautismo en el Jordán. 2 (pág. 110)




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