Este artículo es la continuación de El Dolor y el Sufrimiento (XLVI)
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Como en otras ocasiones, para
realizar este estudio he intentado hacer una recopilación exhaustiva de
extractos de todos los libros del Maestro y de Alice A. Bailey (25) que
tratan sobre estos temas, aunque dada la extensión de toda la obra del
Tibetano, podría ser que faltase algún fragmento.
Cada fragmento viene precedido por el título del libro,
capítulo y/o sección de donde procede el texto, por si se desea ampliar la
información mas allá de lo relacionado estrictamente con el tema.
Las
conclusiones (cuando las haya) son
personales, por tanto, como tales no tiene porque estarse de acuerdo con
las mismas. Son reflexiones e interpretaciones propias de los extractos
del Tibetano.
En
la última entrada que se publique sobre el tema, si lo deseáis, podréis
descargaros la recopilación completa en un documento en formato pdf.
Espero que la lectura de estos artículos (que iré publicando
progresivamente al ser demasiado extensa toda la recopilación) pueda seros de utilidad.
Dani
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De Belén al Calvario -AAB- (1937)
“…Estrechamente asociadas con la constelación de Virgo, que se
encuentra en el mismo sector del cielo, hay otras tres constelaciones, en las
cuales está representada simbólicamente la historia del Niño que nacerá,
sufrirá y volverá. Existe un grupo de estrellas denominado Coma Berenice, la
Mujer con el Niño, los Centauros o el Centauro, y Boötes, nombre que en hebreo
significa "el que viene". Ante todo, tenemos el niño nacido de mujer,
y esa mujer es virgen: después está el centauro que siempre fue el símbolo de
la humanidad en las antiguas mitologías, porque el hombre es un animal más un
dios, por lo tanto, un ser humano. Después el que vendrá, descuella sobre todos
ellos, influyéndolos, señalando la realización que se logrará por el nacimiento
y la encarnación humana. Verdaderamente el libro ilustrado del cielo contiene
la eterna verdad para los que tienen ojos para ver e intuición lo bastante
desarrollada para interpretar. La profecía no está confinada a La Biblia
solamente, sino que aparece ante los ojos de los hombres en la bóveda celeste.”
(481)
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“Asociadas al libro de imágenes de los cielos, hay tres constelaciones,
además de la de Virgo, simbolizadas por mujeres. Tenemos a Casiopeya, la Mujer
Entronizada. Esta constelación es el símbolo de la etapa de la vida humana en
la cual predomina y triunfa la materia y la forma, donde la vida divina interna
está tan profundamente oculta que no hay signo de ella, controlando y rigiendo
solamente la naturaleza material. Luego viene una etapa posterior en la
historia de la raza y del individuo, donde encontramos a Berenice que surge
simbólicamente, es decir, la Mujer que lleva al Cristo-Niño. En esta etapa la
materia empieza a revelar su verdadera función, que es dar a luz al Cristo en
cada forma. Cuando el giro de la gran rueda de la vida haya desempeñado su parte,
entonces María puede salir de Nazaret, en Galilea, y dirigirse a Belén, para
dar a luz al Salvador. Por último tenemos a Andrómeda, la Mujer encadenada, o
la materia supeditada al alma. Así rige el Alma o el Cristo. Tenemos, primero,
la materia dominante, entronizada y triunfante. Segundo, la materia como
custodio de la divinidad, de la belleza y la realidad ocultas, preparada para
traerlas a la existencia. Tercero, la materia como servidora de lo que ha
nacido, el Cristo. Sin embargo, nada de esto se efectúa si no se emprende el
viaje desde Nazaret, el lugar de la consagración, y desde Galilea, el lugar de
la rutina cotidiana de la vida, y todo esto es cierto, ya se trate del Cristo
cósmico oculto por la forma de un sistema solar, o del Cristo mítico oculto en
la humanidad en el trascurso de las edades, o del Cristo histórico oculto
dentro de la forma de Jesús, o el Cristo individual oculto en el hombre común.
La rutina es siempre la misma: el viaje, el nuevo nacimiento, la experiencia de
la vida, el servicio que debe prestarse, la muerte que debe sufrirse y,
después, la resurrección para un servicio más amplio.
…/…
En la actualidad las muchedumbres viajan. La enseñanza del Sendero y
del Camino a Dios, absorben hoy la atención de los aspirantes en el mundo.
Estamos en el sendero de retorno a Belén, un Belén individual y racial. Estamos
a punto de penetrar en la caverna donde tendrá lugar el nuevo nacimiento, y la
etapa del largo viaje de la vida está casi completa. Este simbolismo es quizá
más real de lo que creemos. El actual problema mundial lo constituye el pan, y
nuestras inquietudes, perplejidades, guerras y luchas, se basan en el problema
económico de cómo alimentar a los pueblos. Todo el mundo se ocupa ahora de la
idea de Belén, del pan. En esta sutil implicancia hay una segura garantía de
que así como anteriormente Cristo llegó a la Casa del Pan, así cumplirá Su
palabra nuevamente, Se realizará a Sí mismo y retornará. La caverna, lugar de
la oscuridad y del malestar, fue para María un lugar de dolor y de agotamiento.
Esta historia de la caverna o establo del Nuevo Testamento, quizá sea más
simbólica que ninguna otra en la Biblia. El viaje largo y penoso terminó en una
oscura caverna. El largo y agotador viaje de la humanidad nos ha llevado hoy a
un lugar muy difícil y desagradable. La vida del discípulo individual, antes de
recibir la iniciación y pasar por la experiencia del nuevo nacimiento, es
siempre de enormes dificultades y penurias. Pero en las tinieblas y en las
dificultades se descubre al Cristo; allí puede, florecer la vida crística, y
podemos presentarnos ante Él, como el Iniciador.” (482)
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“Cuando vieron brillar la estrella, los tres Reyes emprendieron el
viaje, y cargados de regalos llegaron a Belén. Son los símbolos de esos discípulos
en el mundo que están hoy dispuestos a prepararse para recibir la primera
iniciación; trasmutar su conocimiento en sabiduría y ofrecer todo lo que poseen
al Cristo interno.
Los regalos que llevaban constituyen el tipo específico de disciplina que
debe seguirse a fin de entregar al Cristo, en el momento del nuevo nacimiento,
dones que simbolizarán lo realizado. Los tres Reyes ofrecieron al infante Jesús
tres regalos --oro, incienso y mirra. Analicemos por un momento la importancia
específica que éstos tienen para el futuro iniciado individual. Los esoteristas
dicen que el hombre es de naturaleza triple y esta verdad está apoyada por los
sicólogos con sus investigaciones y experimentos. El hombre es un cuerpo físico
viviente, una suma total de reacciones emocionales y también ese algo
misterioso que llamamos mente. Las tres partes del hombre: física, emocional y
mental, tienen que ofrecerse en sacrificio y adoración, como dádiva voluntaria
al “Cristo interno", antes que el Cristo pueda expresarse por medio del
discípulo y del iniciado, como Él anhela hacerlo. El oro es un símbolo de la
naturaleza material que debe ser consagrado al servicio de Dios y del hombre.
El incienso simboliza la naturaleza emocional, con sus aspiraciones, deseos y
anhelos, y esta aspiración debe elevarse, como el incienso, hasta los pies de
Dios. El incienso es también símbolo de purificación, ese fuego que consume
toda la escoria y deja la esencia para que Dios la bendiga. La mirra o la
amargura, se relaciona con la mente. Por medio de la mente sufrimos como seres
humanos, y cuanto más progresa la raza y se desarrolla la mente, tanto mayor es
nuestra capacidad de sufrimiento. Pero cuando el sufrimiento se ve en su
verdadera luz y se lo dedica a la divinidad, puede empleárselo como instrumento
de mayor acercamiento a Dios. Entonces podemos ofrecer a Dios ese raro y
maravilloso don de una mente que ha alcanzado la sabiduría por el dolor, y de
un Corazón que se ha hecho bondadoso por la zozobra y las dificultades
superadas.
A medida que estudiamos el significado de esas tres ofrendas
presentadas al niño Jesús por los antiguos discípulos, y al observar su
significado en lo que respecta a nuestra situación individual, resulta
igualmente evidente que la humanidad, como raza, está hoy ante el niño Jesús en
la Casa del Pan, al final de un largo viaje, y puede ofrecer, si lo desea, los
dones de la vida material, los de la purificación, por medio de los fuegos de
la adversidad y el sufrimiento a que estuvo sometida. La humanidad puede viajar
desde Galilea vía Nazaret. El oro, objeto que hoy parece ser la sangre vital de
los pueblos, debe consagrarse a Cristo. El incienso, los sueños, las visiones y
aspiraciones de la multitud, tan reales y profundos que todas las naciones
luchan por expresarlos, deben también dedicarse y ofrecerse al Cristo para ser
Él el todo en todos. El dolor y sufrimiento y la agonía de la humanidad, nunca
tan agudas como ahora, debe ofrendarse a los pies del Cristo. Hemos aprendido
mucho. Que el significado de todo esto penetre en nuestros corazones y en
nuestras mentes y que la razón del dolor nos impulse a ofrecerla como nuestra
máxima dádiva a Cristo. El dolor siempre acompaña al nacimiento. En el aposento
donde se produce un nacimiento hay sufrimiento. Su comprensión despierta en las
mentes de quienes meditan sobre el sufrimiento y la agonía del mundo, un
optimismo profundo y constructivo. ¿No podría indicar que los dolores de parto
preceden a la revelación de -Cristo?.” (483)
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“Por el amor y la práctica amorosa probamos nuestra iniciación en los
misterios. Nacidos en el mundo de amor de Belén, la nota clave de nuestras
vidas, desde ese momento, debe ser la obediencia a lo más elevado que hay en
nosotros, el amor a todos los seres, y la total confianza en el poder del
Cristo inmanente, para expresar (por medio de la forma externa de nuestra
personalidad) una vida de amor. La vida de Cristo debe ser vivida hoy y,
oportunamente, por todos. Es una vida de regocijo y alegría, de pruebas y de
problemas, pero su esencia es amor y su método, el amor.
"Los hombres de fe, los hombres felices, los hombres con luz en
los ojos y un canto en sus corazones, dicen que Dios dio mucho más que una
señal en los cielos, o una vislumbre de un fulgurante pergamino. Dio una vida y
murió por nosotros. Dicen que tomó sobre Sí el dolor y la desesperación del
mundo, disipándolos en un solo sacramento de amor." (*)” (484)
(*) The Fool Hath Said, de Beverley Nichols, pág. 48.
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“En la evolución de la raza, se desarrolla primeramente la naturaleza
sensoria, y el agua siempre ha sido el símbolo de esa naturaleza. La naturaleza
fluida de las emociones y el cambio constante entre el placer y el dolor, las
tormentas que surgen en el mundo del sentimiento; y la paz y la calma que pueden
descender sobre el hombre, hacen del agua el símbolo más adecuado para este
sutil mundo interno de la naturaleza inferior, en el que vivimos la mayor parte
de nosotros y en el que nuestra conciencia está enfocada predominantemente. El
hombre o la mujer común, es especialmente una mezcla de las naturalezas física
y emocional; todas las razas primitivas presentan esta característica, y es
probable que en la antigua Atlántida la civilización estuviera centrada en los
sentimientos y deseos, en las emociones y —en los tipos más avanzados de esa
raza— en el corazón. Juan el Bautista, por lo tanto, dio el bautismo por el
agua, que testimoniaba la purificación de la naturaleza emocional, que siempre
debe ser el paso preliminar a la purificación por el fuego.” (485)
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““El Espíritu Santo es fuego. Ahora bien, cualquiera sea el significado
del emblema de las cláusulas precedentes y subsiguientes (extraídas de Mt.
3:2), el texto sólo puede tener un significado, es la influencia purificadora
del Espíritu de Dios. El bautismo por el Espíritu Santo y el fuego, no son dos
cosas distintas, sino que el primero es la realidad de la cual el último es el
símbolo. Será de valor tratar brevemente la fuerza del símbolo. El fuego en el
mundo entero representa la energía divina. Las Escrituras lo emplean desde el
principio... Tenemos así, una ininterrumpida cadena de simbolismos, según los
cuales, algunos aspectos de la naturaleza divina y especialmente el Espíritu de
Dios, es presentado por el fuego. Surge el interrogante ¿cuál es ese aspecto?
En respuesta, les recordaré que los atributos y obras del Espíritu de Dios
nunca se representan en las Escrituras como destructores, sino sólo punitivos,
hasta donde el reconocimiento del pecado, que Él inculca en el corazón, puede
considerarse como castigo. El fuego del Espíritu de Dios, en todos los casos no
es una energía iracunda que inflige dolor y muerte, sino omnipotencia
misericordiosa que trae consigo luz, gozo y paz.” (*)” (486)
(*) Sermons, de A. Maclaren, Serie 2ª, págs. 229, 231.
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“Dos cosas suceden en la iniciación: el iniciado descubre a sus
hermanos iniciados con quienes puede asociarse, y también la misión que se le
ha confiado. Se da cuenta de su divinidad en un sentido nuevo y real, no
simplemente como una profunda esperanza espiritual o posibilidad hipotética y
un anhelo de su corazón. Sabe que es hijo de Dios, por lo tanto se lo
reconocerá como tal. Éste fue el caso sorprendente de Jesucristo. Su tarea
surgió con todas sus temibles implicaciones ante Sus Ojos, y sin duda esta
causa lo llevó a internarse en el desierto. El ansia de soledad, la búsqueda de
esa quietud donde la reflexión y la determinación pueden vigorizarse
mutuamente, fue el resultado natural de ese reconocimiento. Vio lo que debía
hacer —servir, sufrir y fundar el reino de Dios. La expansión de conciencia fue
inmediata y honda. El profesor Schweitzer (*) dice al respecto:
“Acerca del anterior desarrollo de Jesús nada sabemos. Todo queda en la
oscuridad. Sólo una cosa es segura: en Su bautismo Le fue revelado el secreto
de Su existencia, es decir, que era Él a quien Dios había destinado ser el
Mesías. Con tal revelación, quedó integrado, no requiriendo ulteriores
desenvolvimientos. Porque en ese momento se Le aseguró que, hasta el inminente
advenimiento de la hora mesiánica en que se Le revelaría Su dignidad gloriosa,
debía trabajar para el Reino como el Mesías oculto o desconocido, probarse a Sí
Mismo y purificarse, conjuntamente con Sus amigos, para Su dolor final.”
Para Jesús, como hombre, fue probablemente un descubrimiento
intranquilizador. Oscuros presagios del sendero que Él debería hollar, algunas
veces habrán acudido a Su mente, pero todas sus implicancias y la imagen del
camino que tenía por delante, no pudieron surgir en Su conciencia en toda su
plenitud hasta haber pasado la segunda iniciación, en la que Su purificación
fue total. Entonces Se enfrentó con la vida de servicio y con las dificultades
que aparecen en el sendero de todo consciente hijo de Dios. El autor citado
anteriormente dice:
“En la conciencia mesiánica de Jesús, la idea del sufrimiento adquirió,
en lo que a Él atañe, una misteriosa significación. El mesianismo, del cual fue
consciente en Su bautismo, no era una posesión ni un simple objeto de
expectativa, pero en el concepto escatológico se daba por hecho, que mediante
la prueba del sufrimiento debía convertirse en lo que Dios Le había destinado
que fuera. Su conciencia mesiánica nunca careció de la idea de la Pasión. El
sufrimiento es el camino hacia la revelación del mesianismo.” (**)
La entera vida de Cristo fue una prolongada vía dolorosa, pero siempre
estuvo iluminada por la luz de Su alma y por el reconocimiento del Padre. Según
registra El Nuevo Testamento, Su vida se dividió en períodos y ciclos
definidos, y aunque, por supuesto, los detalles de lo que debía hacer se Le
revelaban en forma progresiva, toda Su vida constituyó un gran sacrificio, una
gran experiencia y un propósito definido. Este objetivo definido y esta
consagración del entero hombre a un ideal, indican un estado de iniciación.
Todos los acontecimientos están relacionados con el cumplimiento de la tarea de
la vida, la cual adquiere una verdadera significación. Ésta es la lección que
todos nosotros no iniciados y aspirantes podemos ahora aprender y empezar por
decir: “Cuando contemplo el pasado, la vida no es para mí una sucesión de
experiencias, sino una gran experiencia, iluminada aquí y allí por momentos de
revelación”. (***)” (487)
(*) The Mystery of tke Kingdom of God, pág. 354.
(**) The Mystery of the Kingdom of God, pág. 223.
(***) A Pilgrim’s Quest for the Absolute, de Lord Conway of Allington,
pág. 8.
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“En esta inherente y divina luz latente y también emanando de Dios,
Cristo tuvo la visión que le demostró su Filiación, su Mesianismo y el sendero
de sufrimiento. Esta visión es herencia y revelación de cada discípulo
individual. Esta revelación mística puede percibirse, y una vez percibida
constituye una realidad a menudo inexplicable, pero una realidad definidamente
clara e ineludible. Proporciona al iniciado la confianza y el poder para seguir
adelante. Es efectiva en nuestra experiencia y es la raíz de toda nuestra
consistencia y también inexpugnable servicio futuro. Sobre esta base, marchamos
valientemente de lo conocido a lo desconocido. Es finalmente inefable, porque
subraya nuestra divinidad, está fundamentada sobre la cualidad divina y emana
de Dios. Es una vislumbre del reino de Dios y una revelación del sendero que
debemos hollar en nuestro camino hacia Él. Constituye una expansión que nos
permite comprender que “el reino de Dios es un estado del alma, que proviene
del espíritu y se refleja en el cuerpo”(*1).
…/…
“El primer paso hacia este reino(*2) es por medio del nuevo Nacimiento
y el segundo por el bautismo de la Purificación. Es un proceso para adquirir
las características del reino y lograr gradualmente esa madurez que caracteriza
al ciudadano de ese reino. Cristo lo testimonió en el bautismo, donde alcanzó
la madurez, dándonos un ejemplo, y mediante Su paso triunfal por las tres
tentaciones, demostró la pureza necesaria. Annie Besant se refiere a este
crecimiento gradual en el reino, en los siguientes términos:
“El creyente común está ‘vestido de Cristo’, porque ‘todos los que
habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos’.(*3) Eran niños
en Cristo... y Cristo era el Salvador al que ellos pedían ayuda, puesto que Lo
conocían ‘según la carne’. Pero, cuando ellos habían vencido a la naturaleza
inferior y no eran ya ‘carnales’, entraban en un sendero superior y se
trasformaban en Cristo. Esto que Él Mismo había logrado, era el deseo del
Apóstol para sus seguidores: ‘Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores
de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros’.(*4) Él era ya su padre
espiritual, habiéndolos ‘engendrado por medio del evangelio’.(*5) Entonces el
Cristo Niño, el Divino Infante, nacía en el alma, ‘en lo interno del
corazón’,(*6) trasformándose así el iniciado en el 'hijito’; de allí en
adelante debía vivir en su propia persona la vida del Cristo, hasta volverse
‘un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo “(*7
*8)”.” (488)
(*1) The Religion of Love, del Gran Duque Alejandro de Rusia
(*2) Reino de Dios
(*3) Ga., 3:27.
(*4) Ga., 4:19.
(*5) I cor., 4:15.
(*6) I P., 3:4.
(*7) Ef., 4:13.
(*8) Cristianismo Esotérico
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(481) CAPITULO II. La Primera Iniciación... El Nacimiento en Belén. 4 (pág.
70)
(482) CAPITULO II. La Primera Iniciación... El Nacimiento en Belén. 4 (pág.
72 y 73)
(483) CAPITULO II. La Primera Iniciación... El Nacimiento en Belén. 4 (pág.
78)
(484) CAPITULO II. La Primera Iniciación... El Nacimiento en Belén. 5 (pág. )
(485) CAPITULO III. La Segunda Iniciación... El Bautismo en el Jordán. 2
(pág. 104)
(486) CAPITULO III. La Segunda Iniciación... El Bautismo en el Jordán. 2
(pág. 105)
(487) CAPITULO III. La Segunda Iniciación... El Bautismo en el Jordán. 2
(pág. 107)
(488) CAPITULO III. La Segunda Iniciación... El Bautismo en el Jordán. 2
(pág. 110)
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