martes, 14 de enero de 2020

EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO (L) - De Belén al Calvario (AAB) - (V)



Este artículo es la continuación de El Dolor y el Sufrimiento (XLIX)

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Como en otras ocasiones, para realizar este estudio he intentado hacer una recopilación exhaustiva de extractos de todos los libros del Maestro y de Alice A. Bailey (25) que tratan sobre estos temas, aunque dada la extensión de toda la obra del Tibetano, podría ser que faltase algún fragmento.

Cada fragmento viene precedido por el título del libro, capítulo y/o sección de donde procede el texto, por si se desea ampliar la información mas allá de lo relacionado estrictamente con el tema.

Las conclusiones (cuando las haya) son personales, por tanto, como tales no tiene porque estarse de acuerdo con las mismas. Son reflexiones e interpretaciones propias de los extractos del Tibetano.

En la última entrada que se publique sobre el tema, si lo deseáis, podréis descargaros la recopilación completa en un documento en formato pdf.

Espero que la lectura de estos artículos (que iré publicando progresivamente al ser demasiado extensa toda la recopilación) pueda seros de utilidad.


Dani

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De Belén al Calvario -AAB- (1937)


“Aprendemos por el dolor y el sufrimiento (es decir, por la experiencia) a no pecar. Pagamos el precio de nuestros pecados y errores, y cesamos de cometerlos. Eventualmente llegamos a un punto en que ya no cometemos más errores y pecados primitivos. Porque sufrimos y agonizamos, aprendemos que el pecado trae retribución y causa sufrimiento. Pero el sufrimiento tiene su valor y Cristo lo sabía. Su Persona no fue sólo el Jesús histórico, que conocemos y a; amamos, sino también el símbolo del Cristo cósmico, el Dios, sufriendo por los sufrimientos de Sus seres creados.

 “El dolor de la creación inferior es parte del gran sacrificio cósmico por el cual Dios eterno da Su vida para poder tomarla nuevamente. En el altar del universo material se ha ofrendado esa vida sagrada desde el comienzo de los tiempos y aunque ahora sólo podemos vislumbrar aquello por lo que se hace ese sacrificio, justifica la creencia de que ninguna vida que alcanzó la dignidad de poder sufrir, está ausente de la gran consumación.”(*)” (511)

(*) Extraído del sermón The Divine Justice, de R. J. Campbell.

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“…Pero el Bautismo a que Cristo fue sometido, por el poder de Su propia vida y al que estamos sujetos por la vida de Cristo que mora en nosotros, fue el Bautismo del fuego y el sufrimiento, que llega a culminar con el dolor en la Cruz. Esa culminación del sufrimiento, para quien pudiera resistir hasta el fin, sería la entrada en el “paraíso” —que significa bienaventuranza. Tres palabras se emplean para expresar este poder: felicidad, goce y bienaventuranza. Felicidad tiene un sentido puramente físico y se relaciona con nuestra vida física y sus relaciones; el goce es de la naturaleza del alma y se refleja en la felicidad. Pero la bienaventuranza, que es de la naturaleza de Dios Mismo, es una expresión de la divinidad y del espíritu. La felicidad puede ser considerada como la recompensa del nuevo nacimiento, pues tiene una significación física y estamos seguros de que Cristo conoció la felicidad, aunque fue “varón de dolores”. El goce, que corresponde más especialmente al alma, alcanza su consumación en la Transfiguración. Aunque Cristo estuvo “en contacto con el dolor”, conoció el goce en su esencia, porque el “gozo del Señor es nuestra fortaleza”, y el alma, el Cristo en todo ser humano, es nuestra fortaleza, goce y amor. Cristo conoció también la bienaventuranza porque la obtuvo en la Crucifixión, la recompensa del triunfo del alma.

…/…

“Este ideal de la ‘bienaventuranza’ personal del yo, puede unirse con el ideal complementario de la compasión (compatior): esa espontánea y expiatoria participación del sufrimiento de los demás, mediante la sutil simpatía, en su desarrollo hacia la perfección. En esto se recalca la verdad de que la realización del yo sólo es posible gracias a la virtud complementaria del sacrificio del yo (el yo, hecho sagrado), para bienaventuranza de los demás, acto que constituye la más elevada característica de la fe cristiana y también, cuando está totalmente iluminada por su propia y profunda sabiduría, es la del budismo y el culto a Orfeo.”(*)

…/…

…Posiblemente, el Salvador crucificado creyera también que la materia misma, por ser divina, era capaz de sufrir infinitamente, y esas palabras fueron la expresión de Su reconocimiento de que aunque Dios sufre en la Persona de Su Hijo, Él también sufre con análoga y aguda agonía en la persona de la madre de ese Hijo —la forma material que le dio nacimiento. “Todo problema, como Cristo Lo vio, es individual y toda la agonía del mundo puede estar contenida en una sola alma”.(**) Cristo está entre los dos: la madre y el Padre. Ahí reside Su problema, problema de todo ser humano. Cristo une a los dos: el aspecto materia y el aspecto espíritu, y la unión de los dos produce al hijo. Éste es el problema de la humanidad y también su oportunidad.

…/…

El tres es lógicamente el más importante y sagrado de los números. Representa a la divinidad y también a la humanidad perfeccionada. Cristo, el hombre perfecto, pendió de la Cruz durante “tres horas” y en ese tiempo, cada uno de los tres aspectos de Su naturaleza fue ascendido al punto más elevado de Su capacidad de realización, con el consiguiente sufrimiento. Al final, esta triple personalidad dio origen a la exclamación: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”” (512)

(*) Eros and Psyche, de Benchara Branford, pág. 87.
(**) The Fool Hath Said, de Beverley Nichols, pág. 253.

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“Aunque todo hijo de Dios en las distintas etapas de su camino a la iniciación se prepara para esta soledad final, mediante fases de total negación, cuando llega la crisis postrera debe experimentar momentos de soledad, que no puede concebir previamente. El hombre sigue los pasos de su Maestro, es crucificado ante los hombres y abandonado por sus semejantes y por la presencia reconfortante del Yo divino, en quien ha aprendido a confiar. Sin embargo, porque Cristo penetró en el lugar de la tiniebla externa, sintiéndose enteramente abandonado por todos los que hasta ese momento habían significado mucho para Él, desde el ángulo humano y del divino, nos es posible apreciar el valor de la experiencia, mostrándonos que solamente penetrando en el lugar de la tiniebla externa, que los místicos con toda razón denominan “la noche oscura del alma”, podemos entrar realmente en el bendito compañerismo del reino. Se han escrito muchos libros acerca de esta experiencia, pero es muy rara, mucho más de lo que la literatura de los místicos quiera hacer creer. Se hará más frecuente a medida que un mayor número de seres entren en el reino por los portales del sufrimiento y de la muerte. Cristo estuvo pendiendo entre el cielo y la tierra y aunque estaba rodeado por una multitud y a Sus plantas permanecían aquellos que Él amaba, Se hallaba completamente solo. La soledad, cuando se está acompañado, el sentirnos absolutamente abandonados mientras nos rodean quienes tratan de comprender y ayudarnos, constituye la tiniebla. La luz de la Transfiguración se apaga súbitamente, y por la misma intensidad de esa luz, la noche parece más tenebrosa. Un místico, refiriéndose a esta experiencia, dice:

“Después de este despliegue de luz vuelve otra vez la oscuridad. Fuimos peregrinos, fuimos pastores. Algo más debemos mostrar al rebaño: ‘El que pierde su vida por mí, la encontrará’. El Calvario.

“Hemos recorrido nuestro tramo y nos estamos acercando al fin de nuestro ciclo. Hemos de ascender a la cruz y someternos a la dolorosa muerte del yo; hemos de entrar en la tiniebla para que pueda nacer la sabiduría mayor. ‘Tonto de ti, lo que siembras no fructifica, excepto que muera’.”(*)

En las tinieblas conocemos a Dios. El autor anteriormente citado, agrega: “Ahora conozco el significado de algunas palabras que una vez leí: ‘Cuando San Pablo no vio nada, vio a Dios’. Creo que esta oscuridad es una ilusión. Quizá sea verdaderamente la luz”. Otro escritor al tratar el mismo tema, dice:

 “Nadie puede convertirse en Salvador de hombres, ni simpatizar perfectamente con todo el sufrimiento humano, excepto por la ayuda que puede obtenerse del Dios que mora en su interior si no ha enfrentado y vencido por sí solo al dolor, al temor y a la misma muerte. Resulta fácil sufrir cuando existe una conciencia ininterrumpida entre lo superior y lo Inferior; más aún, no existe sufrimiento mientras esa conciencia no se interrumpa, porque la luz de lo superior imposibilita la oscuridad de lo inferior, y el dolor no es tal cuando se soporta bajo el aliciente de Dios. Existe un sufrimiento que los hombres deben enfrentar, que todo Salvador de hombres debe encarar, cuando la oscuridad se hace en la conciencia humana, sin que ni un resquicio de luz la atraviese; el hombre debe conocer la congoja de la desesperación que siente el alma humana, cuando la oscuridad la rodea y la conciencia no encuentra una sola mano donde asirse. Todo Hijo del Hombre debe sumirse en esas tinieblas antes de remontarse triunfante; esa experiencia amarguísima debe ser realizada por todo Cristo, antes de poder ‘salvar hasta el último’ de quienes buscan lo Divino, por su mediación.”(**)” (513)

(*) Splendour in the Night, de A. Pilgrim, págs. 61, 62.
(**) Cristianismo Esotérico, de Annie Besant, págs. 119, 120.

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“Esta sed que compartimos con el Salvador y las necesidades del mundo (del cual lo nuestro es una parte relativamente incidental) es lo que nos une a Él. Nos exhorta a alcanzar la “fraternidad de Sus sufrimientos”, y es la demanda que oímos conjuntamente con Él. Este aspecto de la Cruz y esta lección, han sido resumidos en el párrafo siguiente, lo que justifica nuestra más cuidadosa consideración y consiguiente consagración al servicio de la Cruz, que es el servicio a la humanidad:

“Cuando... me aparté de ese espectáculo que enternece al mundo entero, Cristo crucificado por nosotros, y contemplé las penosas y anonadantes contradicciones de la vida, no enfrenté, en el intercambio con mis semejantes, las frías trivialidades que dejan oír con tanta ligereza los labios de aquellos cuyos corazones jamás conocieron la verdadera congoja, ni cuyas vidas sufrieron un golpe aplastante. No se me dijo que todas las cosas fueron ordenadas para bien, ni se me aseguró que las abrumadoras disparidades de la vida eran sólo aparentes, ni fue revelado por los ojos y el ceño de Aquel que realmente conocía el dolor, ni por una mirada de solemne reconocimiento, como la que se cruza entre amigos que, tolerando un extraño y secreto dolor, les une un lazo indisoluble.”(*)” (514)

(*) Colloquia Crucis, de Dora Greenwell, pág. 14 f.

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“Otra Palabra de Poder surgió de la tiniebla que amortajaba al Cristo moribundo. El momento de Su muerte estuvo precedido por las palabras: “Padre, en Tus manos encomiendo mi espíritu”. Su primera y Su última palabra comenzaron con Su llamado: “Padre” —porque siempre somos los hijos de Dios, y “si hijos, también herederos de Dios y coherederos de Cristo, si es que padecemos conjuntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados”.(*) Coherederos de la gloria, pero también coherederos del sufrimiento que debe ser nuestro, si el mundo debe ser salvo y la humanidad en conjunto puede entrar en el reino.” (515)

(*) Ro. 8:17.

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““La característica de la enseñanza personificada en la tradición cristiana, es que Dios no constituye un ser apartado del mundo común de nuestra experiencia, sino que está presente en todas partes de ese mundo, con su maldad, ignorancia y dolor. En lenguaje simbólico, Dios ha tomado sobre Sí los pecados y dolores del mundo y sufre con nosotros, de modo que no estamos separados de Él por nuestros fracasos e imperfecciones o por la muerte. Su reino está dentro nuestro, mientras nos esforzamos por lograr lo que internamente reconocemos como divino.”(*)

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La relevante lección que nos espera es la realidad de que “... la naturaleza humana tal como la conocemos, no puede proporcionarnos felicidad sin sufrimiento, ni perfección sin el sacrificio de sí misma”.(**) Para nosotros el reino constituye la visión, pero para Cristo fue una realidad. El servicio al reino es nuestro deber y también es el método para liberarnos de la esclavitud de la experiencia humana. Esto es lo que debemos captar, llegar al convencimiento de que sólo hallaremos la liberación sirviendo al reino. Estuvimos demasiado tiempo sujetos por los dogmas del pasado, y vemos hoy una natural rebelión contra la idea de la salvación individual por el sacrificio de la sangre de Cristo, que constituye la enseñanza externa y más evidente, pero lo que realmente nos concierne es el significado interno, que sólo podemos experimentar cuando enfrentamos lo que mora en nuestro interior. A medida que las formas externas pierden su poder, con frecuencia surge el verdadero significado.” (516)

(*) Materialism, de J. S. Haldane, pág. 152.
(**) Mirage and Truth, de M. B. D'Arcy, S. J., pág. 179.

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“Cada uno debe comprobar eso por sí mismo. A menudo el temor nos impide ser veraces y enfrentar las realidades. Hoy es fundamental que encaremos el problema de la relación de Cristo con el mundo moderno y nos atrevamos a ver la verdad sin ningún prejuicio teológico. Nuestra experiencia personal en Cristo no sufrirá en este proceso. Ningún argumento moderno ni teología, podrán arrancar a Cristo del alma, una vez que ésta Lo ha reconocido, pues está fuera de toda posibilidad. Pero también es muy posible que encontremos errónea la interpretación teológica ortodoxa y que Cristo sea más incluyente de lo que se nos ha hecho creer, y que el corazón de Dios Padre sea más compasivo que el de quienes trataron de interpretarlo. Hemos predicado sobre un Dios de amor y defendido una doctrina de odio. Hemos enseñado que Cristo murió para salvar al mundo, tratando de demostrar que solamente los creyentes pueden ser salvos, y hay millones de seres que viven y mueren sin haber oído jamás hablar de Cristo. Vivimos en un mundo caótico, tratando de construir un reino de Dios, divorciado de la actual vida cotidiana y de la situación económica general, y al mismo tiempo, postulamos un cielo lejano que podremos alcanzar algún día. Pero Cristo fundó un reino en la Tierra, en el que todos los hijos de Dios tendrán igual oportunidad de expresarse como hijos del Padre. Muchos cristianos encuentran imposible aceptarlo y algunos de los mejores pensadores de la época repudiaron la idea. Las siguientes palabras constituyen un ejemplo:

“Soy incapaz de aceptar el concepto teológico de Dios como un ser perfecto, separado de todo mal, sufrimiento y desorden de nuestro universo. Esta concepción me parece idólatra, semejante al reconocimiento de algo definido e independiente de Dios. En el actual universo de nuestra experiencia y no en ninguna otra parte, hallaremos a Dios. El Dios que hallamos, vive y está activo, creando constantemente o poniendo orden en el caos indefinido, presente en nosotros, en nuestra lucha por la verdad, la justicia y la belleza, así como también cuando abandonamos esa lucha, incurriendo en la desarmonía interna que experimentamos entonces. Si no fuera por el caos no podríamos concebir un Dios activamente creador y viviente. Debemos considerar el caos como el trasfondo indefinido de la historia definida, la manifestación progresiva de Dios. Si consideramos la concepción de un Dios fuera de todo sufrimiento e imperfección, hallaremos que carece de sentido real en el mundo de nuestra experiencia. Sólo en la lucha, el Dios de la religión se nos revela como un Dios de Amor, Verdad y Belleza.”(*)” (517)

(*) Materialism, de J. S. Haldane, págs. 174, 175.

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“Una y otra vez encontramos que los tres episodios que se relatan en el Evangelio no son hechos aislados en la vida de Jesús de Nazaret, sino que se llevaron a cabo repetidas veces en los retiros secretos de los Templos de los Misterios, desde los albores de las edades. Los salvadores del pasado fueron todos sometidos a los procesos de la muerte, en una u otra forma, pero todos resucitaron o fueron trasladados a la gloria. En las ceremonias de la iniciación este entierro y resurrección, al cabo de tres días, eran muy familiares. La historia narra que muchos de esos Hijos de Dios murieron y resucitaron para ascender finalmente al cielo. Vemos, por ejemplo, que “las exequias de Adonis se celebraron en Alejandría (Egipto) con toda pompa. Su imagen era conducida con gran solemnidad a una tumba, a fin de rendirle las últimas honras. Antes de cantar sobre su retorno a la vida se celebraban algunos ritos fúnebres honrando su sufrimiento y muerte. Se mostraba la gran herida que recibió, como se muestra la herida del lanzazo que Cristo recibiera. La festividad de su resurrección se fijó para el 25 de marzo”.(*) Existe la misma leyenda relacionada con los hombres de Tamuz, de Zoroastro, de Esculapio, a quien se refirió Ovidio en los términos siguientes:” (518)

(*) Ovid's Methamorphoses, según Addison, citado en “Taylor's Diegesis“, pág. 148.

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“El propósito debe subyacer en el dolor. En toda actividad humana debe sentirse un objetivo. El idealismo de los conductores de la raza no puede ser alucinación. El conocimiento de Dios debe tener alguna base en la realidad. Los seres humanos están convencidos de que la aparente injusticia del mundo es una legítima seguridad de un más allá, donde el íntegro propósito divino quedará justificado. Hay una creencia fundamental de que el bien y el mal están en lucha continua en la naturaleza del hombre y que el bien debe triunfar inevitablemente. El hombre lo ha afirmado a través de, las edades. La humanidad ha desarrollado muchas teorías acerca del hombre y su futuro, de su preparación para la vida del más allá y de por qué está en la tierra. No es necesario detallar estas teorías ni tenemos tiempo para ello. Constituyen en sí una prueba de la realidad de la inmortalidad y de la divinidad del hombre. El hombre ha intuido esta máxima posibilidad y no descansará hasta haberla alcanzado. Ya se trate de la pluralidad de las vidas en nuestro planeta, que nos llevan a la perfección ultérrima, o de la teoría budista, que conduce al Nirvana, la meta es una.” (519)

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 ““La resurrección no es la resurrección de los muertos de sus tumbas, sino el paso, por la propia absorción de la muerte, a la vida del amor altruista, la transición de la tiniebla del individualismo egoísta a la luz del espíritu universal, de la falsedad a la verdad, de la esclavitud del mundo a la libertad de lo eterno. La creación 'gime con los dolores del parto’ ‘para liberarse de la esclavitud de la corrupción, a la libertad de la gloria de los hijos de Dios’.”(*)” (520)

(*) The Supreme Spiritual Idela, de S. Radhakrishnan, Hibbert Journal. octubre de 1936.

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“toda enseñanza y todo sufriente Hijo de Dios, que vino antes de Cristo, hicieron dos cosas:

Primero, preparar el camino para el Cristo, dando las enseñanzas que Su era, período y civilización particular, requerían; segundo, representó con su vida la enseñanza de los Misterios, que antes de la época de Cristo se limitaba a los muy pocos que se preparaban para la iniciación, o que por derecho de iniciación podían entrar en los templos de los Misterios.” (521)

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“La obediencia a lo más elevado, practicada en las cosas más pequeñas como en las más grandes, es una regla demasiado simple para muchos, pero, no obstante, es el secreto del Camino. Pedimos demasiado, y cuando se da una regla sencilla que dice simplemente obedecer la voz de la conciencia y seguir el destello de luz que vemos, no resulta bastante interesante el hecho de obedecerla rápidamente. Pero esta regla fue la primera que siguió Cristo y, aún siendo niño, dijo venir a ocuparse de los asuntos de su Padre. Cristo obedeció el llamado. Hizo lo que Dios le dijo; siguió paso a paso la voz interna —y Lo condujo de Belén al Calvario. Pero con el tiempo lo llevó al Monte de la Ascensión. Cristo demostró los resultados de la obediencia y Él Mismo “aprendió la obediencia por lo que sufrió”. Pagó el precio y reveló lo que Dios podía ser y hacer en el hombre.” (522)

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“El Dr. Bosanquet (*) lo explica en forma iluminadora:

“... digo, ‘constructor de almas’, diferenciando el Alma de la Inteligencia. Puede haber inteligencias o chispas de la divinidad en millones de seres, pero no son almas hasta adquirir identidad, hasta que cada una es una personalidad propia. Las inteligencias son átomos de percepción, saben, ven y tienen pureza, y son, en síntesis, Dios. ¿Cómo se construyen las almas? ¿Cómo se les otorga identidad a esas chispas que son Dios, para que cada una posea una bienaventuranza peculiar por su existencia individual? De qué otro modo sino por intermedio de un mundo... Esto se efectúa mediante tres espléndidos materiales que actúan uno sobre otro, durante una serie de años, y son: la inteligencia, el corazón humano (diferenciándolo de la inteligencia y de la mente) y el mundo, o espacio elemental apropiado, para la acción mutua de la Mente y el Corazón, con el propósito de formar el alma o inteligencia, destinada a poseer el sentido de Identidad... Para que pueda apreciarse con más claridad, voy a repetirlo de la manera más sencilla posible. Llamaré al mundo, la Escuela instituida con el propósito de enseñar a leer a los párvulos; al corazón humano, la cartilla empleada en dicha escuela, y diré que el niño es capaz de leer el alma por esa escuela y su cartilla. ¿Pueden ver cuán necesario es un mundo de dolor y angustia para adiestrar una Inteligencia a fin de convertirla en un alma?

Pero para alcanzar este contacto definido y consciente con el alma, el aspirante debe aprender a obedecer mediante el sufrimiento y también a practicar el amor. Esto no es fácil. Requiere disciplina, esfuerzo y empeño incesante, pues la conquista del yo, que significa una crucifixión diaria y una centrada atención perfecta, nunca aparta sus ojos de la meta, porque es consciente siempre de sus propósitos, progreso y orientación. Lo maravilloso de este proceso es que puede ser realizado aquí y ahora, en la situación en que nos encontramos, sin incurrir en la menor desviación desde el lugar del deber y la responsabilidad. El autor, Dr. Bonsanquet,(**) continúa diciendo que “... el yo, en su esfuerzo por completarse, hará pedazos toda forma parcial de su propio ser cristalizado, recibirá con agrado cualquier accidente y se embarcará en el conflicto y la aventura... Este reconocimiento será representado como si surgiera y se mantuviera por todas partes y, en efecto, por los dolores de la propia formación, de la venturosa vida finita, y captando la seguridad del yo por la unión con el todo, en proporción con el alcance de la propia trascendencia que, aunque se amplifique en dirección al todo, muestra en sí todavía la debilidad e inutilidad de la existencia finita.”” (523)

(*) Psychology and The Promethean Will, de W. H. Sheldon, pág. 34.
(**) The Value and Destiny of the Individual, págs. 17, 18.

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“La familia humana es individualmente autoconsciente. Esta etapa de la conciencia separadora ha sido necesaria y útil, pero ha llegado el momento de ser ya conscientes de contactos mayores, de implicancias más amplias y de una inclusividad más general. A este respecto dice un escritor:

“...no podemos permitir que nuestro prójimo, se trate de una nación o de un individuo, se encamine a la destrucción, sin que por lo menos compartamos su sufrimiento y desgracia. Todas las personas están orgánicamente relacionadas. La humanidad sólo puede progresar si todas las naciones progresan. Ninguna nación puede sobresalir egoístamente, dejando que las demás perezcan... Tenemos que percibir la realidad científica de la solidaridad del género humano. Debemos reconocer que la prosperidad, el bienestar, la salud y la felicidad de cada uno de nosotros, pueden asegurarse únicamente si cada uno actúa de manera que los demás, nuestros semejantes, tengan la misma paz, la misma felicidad, las mismas ventajas económicas y las mismas oportunidades para educarse, que las nuestras.”(*)” (524)

(*) Modern Trends in World Religions, de A. E. Haydon, págs. 57, 58.

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“Así, paso a paso, hemos seguido a Cristo en Su estupenda tarea y estudiamos esta tarea en lo que respecta a su excepcionalidad. Hizo algo de tal significación para la raza, que recién ahora estamos en condiciones de comprenderlo. Tanto nos ocupamos de nuestra propia salvación individual y nuestra esperanza de ganar el cielo, que las cosas realmente únicas que Cristo efectuó, escaparon a nuestra observación. Sin duda siguió los pasos de muchos hijos de Dios, que en su día y generación sirvieron, sufrieron y trajeron la salvación al mundo; tampoco se duda que dio un ejemplo de lo que es una humanidad perfecta, como el mundo jamás había visto antes. El más grande de los anteriores hijos de Dios, Buda, después de incesante lucha, alcanzó la iluminación, abrió la senda para la humanidad hasta y a través del portal de la iniciación. Pero Cristo fue perfecto y aprendió la obediencia (¿nos atreveremos a decir que Lo hizo en algún ciclo previo de vidas?) por medio del sufrimiento. También es cierto que venció a la muerte y abrió los portales de la inmortalidad a toda la humanidad. Pero desde los primeros albores de la historia humana, los hombres siempre sufrieron mutuamente; repetidas veces, unos aquí y otros allá, lograron la perfección y desaparecieron de la vista humana. La chispa divina en el hombre, siempre lo ha hecho inmortal. Los hombres siempre presintieron su divinidad y tendieron sus manos y sus corazones a Dios. Los hijos del Padre nunca olvidaron el hogar del Padre, por mucho que se hayan alejado. De igual modo, Dios siempre nos buscó y siglo tras siglo envió a Sus mensajeros como personificación de Su recuerdo” (525)

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“La voluntad religiosa se está expresando ahora, no se dirige a la teología ni a la formación de doctrinas, tampoco se ocupa de que se cumplan, sino de amar y servir, olvidando al yo, dando lo máximo posible para ayudar al mundo. Esta voluntad derriba todas las barreras y eleva a los hijos de los hombres donde hay voluntad de ser ayudados. Es algo que se está organizando lentamente en el mundo de hoy, cuya cualidad es la universalidad y su técnica el servicio amoroso. Por todas partes los hombres responden al mismo impulso espiritual interno, tal como aparece en el bello relato referente al Buda:

“En la creencia de que había alcanzado la última etapa de la perfección, el Buda está dispuesto a abandonar la existencia en el espacio y tiempo finito y a trocar todo el dolor y el sufrimiento por la bienaventuranza universal y eterna.

“En ese momento, un mosquito zumbador fue atrapado por un murciélago que pasaba.

“‘Detente’, pensó el iluminado, ‘el estado de perfección al que estoy entrando es sólo la perfección de mí mismo, perfección excepcional, y mi plenitud es única, entonces aún no soy un ser universal. Otros seres aún sufren la imperfección, la existencia y la muerte resultante. La compasión se despierta en mí cuando contemplo su sufrimiento’.

“‘He iluminado para ellos el camino de la vida hasta la perfección, en verdad y en hecho, pero ¿podrán ellos hollar ese sendero sin mí’?

 “‘Soñé la excepcional perfección de mí mismo; la perfección de mi propio carácter y personalidad, es sólo imperfección, mientras otro ser —un solo mosquito— sufra la imperfección de su especie’.

“‘Ningún ser alcanzó la bienaventuranza solo; todos deben lograrla juntos, y ésa debe ser la bienaventuranza adecuada a cada uno’. ¿Acaso no estoy en todo otro ser, y todo otro ser no está acaso en mí?

“Con queda y tenue voz habla el Buda a cada ser, mediante su inspiración, para que adquiera carácter interno; su aspiración hacia la personalidad externa, transmuta perpetuamente este yo en el no-yo, cada realidad depende de la otra, un eterno sendero de vida para hollar hacia la perfección de cada uno y de Todos”.(*) (526)

(*) The Recovery of Truth, pág. 156

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(511) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 4 (pág.)
(512) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 4 (pág.)
(513) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 4 (pág.)
(514) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 4 (pág.)
(515) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 4 (pág.)
(516) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 4 (pág.)
(517) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 4 (pág.)
(518) CAPITULO VI. La Quinta Iniciación... La Resurrección y la Ascensión. (pág. 239)
(519) CAPITULO VI. La Quinta Iniciación... La Resurrección y la Ascensión. (pág. 253)
(520) CAPITULO VI. La Quinta Iniciación... La Resurrección y la Ascensión. (pág. 255)
(521) CAPITULO VII. Nuestra Meta Inmediata... La Fundación del Reino. 1 (pág. 260)
(522) CAPITULO VII. Nuestra Meta Inmediata... La Fundación del Reino. 1 (pág. 268)
(523) CAPITULO VII. Nuestra Meta Inmediata... La Fundación del Reino. 1 (pág. 274)
(524) CAPITULO VII. Nuestra Meta Inmediata... La Fundación del Reino. 1 (pág. 280)
(525) CAPITULO VII. Nuestra Meta Inmediata... La Fundación del Reino. 2 (pág.)
(526) CAPITULO VII. Nuestra Meta Inmediata... La Fundación del Reino. 2 (pág.)





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