Este artículo es la continuación de El Dolor y el Sufrimiento (XLVIII)
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Como en otras ocasiones, para
realizar este estudio he intentado hacer una recopilación exhaustiva de
extractos de todos los libros del Maestro y de Alice A. Bailey (25) que
tratan sobre estos temas, aunque dada la extensión de toda la obra del
Tibetano, podría ser que faltase algún fragmento.
Cada fragmento viene precedido por el título del libro,
capítulo y/o sección de donde procede el texto, por si se desea ampliar la
información mas allá de lo relacionado estrictamente con el tema.
Las
conclusiones (cuando las haya) son
personales, por tanto, como tales no tiene porque estarse de acuerdo con
las mismas. Son reflexiones e interpretaciones propias de los extractos
del Tibetano.
En
la última entrada que se publique sobre el tema, si lo deseáis, podréis
descargaros la recopilación completa en un documento en formato pdf.
Espero que la lectura de estos artículos (que iré publicando
progresivamente al ser demasiado extensa toda la recopilación) pueda seros de utilidad.
Dani
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De Belén al Calvario -AAB- (1937)
“Los cuatro signos Tauro, Leo, Escorpio y Acuario, constituyen
preeminentemente la cruz del alma, la cruz sobre la cual la segunda Persona de
la divina Trinidad es crucificada. Cristo personificó en Su misión esos cuatro
aspectos, y como Cristo cósmico, ejemplificó en Su persona las cualidades que
cada uno de esos signos representa. Hasta el hombre primitivo, poco
evolucionado e ignorante, tenía conciencia de la significación del espíritu
cósmico inmolado en la materia y crucificado en la cruz de cuatro brazos. Se
dice que los primitivos seres humanos.
“...aceptaban, tras largos años de creencia, que el sol moría
anualmente y era llevado a través de las grandes aguas hasta el sur, y
sepultado en la tiniebla del solsticio de invierno, lo que ahora se conoce como
el 22 de diciembre. Observaron que siglo tras siglo desde el 22 al 25 de
diciembre los días no se acortaban ni se alargaban, pero que desde el 25 de
diciembre comenzaban anualmente a aumentar leve y progresivamente la luz, cada
día algo más, el frío disminuía y retornaba el calor, la luz y la alegría, así
la naturaleza entera se liberaba de lo que parecía muerte y dolor. (*)” (499)
(*) Astrology of de Old Testament,de Anderson.
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““El cristianismo de Jesucristo no resalta la ira de Dios, ni la
imposición de Su castigo, sino que ve, sobre todo, Su amor y Su ilimitado
perdón de las flaquezas humanas. Las supuestas referencias directas sobre el
infierno, expuestas por Nuestro Señor en el Evangelio de San Mateo, el último y
menos digno de confianza de los Sinópticos, no están corroboradas en ninguno de
los registros anteriores de las palabras de Cristo, mientras que la ‘ira de
Dios’ sólo se menciona en un comentario editorial en el último Evangelio, el de
San Juan. Ciertamente, la entera concepción de un Lugar de Tormentos donde los
malvados serán castigados con sufrimientos físicos y por un Dios iracundo, una
especie de mezcla de policía, magistrado, carcelero y verdugo, no pueden
encontrarse en las ideas de Jesús, sino que corresponden a una era primitiva, y
es indigno de nuestra moderna inteligencia.” Lo subrayado me pertenece. A.A.B.
(*)” (500)
(*) Arthur Weigall, The Paganism in Our Christianity, págs. 247, 248.
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““Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con
dolores de parto hasta ahora, y no sólo ella, sino también nosotros, que
tenemos las primicias del Espíritu, nosotros gemimos dentro de nosotros mismos,
esperando la adopción de la redención de nuestros cuerpos.”(*)” (501)
(*) Ro. 8:16, 24.
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“El actual cristianismo ha heredado la mayoría de sus interpretaciones
de los primitivos tiempos, y los instructores e intérpretes de entonces estaban
tan esclavizados por las antiguas creencias, como nosotros por las
interpretaciones dadas al cristianismo durante los últimos dos mil años. Cristo
enseñó que debemos morir para vivir como Dioses, por eso murió. Sintetizó en Sí
Mismo todas las tradiciones del pasado, porque “no sólo cumplió lo establecido
en las Escrituras judaicas, sino también las del mundo pagano, y ahí radicó la
gran atracción ejercida por el cristianismo primitivo. En Él se condensaba, en
una aparente realidad, una docena de Dioses indefinidos, y en Su crucifixión,
las antiguas leyendas de Sus sufrimientos expiatorios y muertes sacrificadas,
se actualizaron y tuvieron un sentido directo”.(*) Pero Su muerte fue también
el acto de consumación de una vida de sacrificio y de servicio y el resultado
lógico de Su enseñanza. Los precursores y quienes revelan a los hombres el
siguiente paso, los que se presentan como intérpretes del Plan divino, son inevitablemente
repudiados y generalmente mueren como resultado de su valeroso pronunciamiento.
Cristo no constituyó una excepción a esta regla. “Los pensadores cristianos
avanzados de hoy, consideran la Crucifixión de nuestro Señor, el sacrificio
supremo realizado por Cristo en pro de los principios de Su enseñanza. Fue el
acto culminante de Su heroica vida y proporciona un ejemplo tan sublime al
género humano, que la meditación sobre Él produce una unificación con la Fuente
de origen de todo lo bueno”.(**)” (502)
(*) The Paganism in Our Christianity, de Arthur Weigall, pág. 158
(**) The Paganism in Our Christianity, de Arthur Weigall, pág. 166
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“Esto es lo que vino a hacer Cristo, mostrarnos la naturaleza de la
vida “salva”, demostrarnos la cualidad del Yo eterno, que reside en todo
hombre; ésta es la lección de la Crucifixión y la Resurrección: la naturaleza
inferior debe morir para que la superior pueda manifestarse y el alma inmortal
y eterna que reside en todo hombre, resucite de la tumba de la materia. Es
interesante buscar el origen de la idea de que los hombres deben sufrir en este
mundo cómo consecuencia del pecado. En Oriente, donde prevalecen las doctrinas
de la reencarnación y del karma, el hombre sufre como consecuencia de sus
propios actos y pecados, y se “ocupa de su salvación con temor y temblor”.(*)
Según las enseñanzas hebreas, el hombre sufre por los pecados de sus
antepasados y de su país, dando así asidero a una verdad que recién ahora
empieza a ser una realidad establecida, la verdad de la herencia física. Bajo
la enseñanza cristiana, Cristo, el hombre perfecto, sufre con Dios, porque Dios
amó tanto al mundo que, inmanente en éste, como lo está, no podía disociarse de
las consecuencias de la flaqueza y de la ignorancia humanas. De este modo la
humanidad adjudica un propósito al dolor y eventualmente es vencido el mal.”
(503)
(*) Fil., 2:12.
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“Aprendemos que esa Presencia puede ser liberada en nosotros únicamente
por la muerte de la naturaleza inferior, y esto es lo que siempre ha proclamado
Cristo desde Su Cruz. Comprendemos cada vez más que la “fraternidad de Sus
sufrimientos”, significa ascender a la Cruz con Él y compartir constantemente
la experiencia de la Crucifixión. Vamos alcanzando el conocimiento de que el
factor determinante de la vida humana es el amor, y que “Dios es amor”.(*)
Cristo vino a demostrar que el amor es el poder motivador del universo. Sufrió
y murió porque amó, y tanto Se preocupó por los seres humanos, que les mostró
el Camino que debían seguir, desde la caverna del Nacimiento al Monte de la
Transfiguración, y de allí a la agonía de la Crucifixión, para poder participar
también de la vida de la humanidad y transformarse a su vez en salvadores de
sus semejantes.
“El instinto general de un Dios benévolo a Quien el sufrimiento por
causa nuestra no le es desconocido, es natural y está de acuerdo con la
realidad. Más de una vez en el Calvario, tiene lugar esta ineludible comunión
de sufrimientos. Porque todo ser sufriente y todo pecador es análogo a un
nervio enfermo o herido del cuerpo de Dios. No en una sola crucifixión,
considerada excepcional, sino en toda la triste historia de la infidelidad
humana, hallamos sufrientes vicarios, cuyo sufrimiento es parte del sufrimiento
de Dios.”(**)” (504)
(*) I Jn., 4:8.
(**) The Divinity in Man, de J. W. Graham, pág. 62.
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““Después de todo, nos damos cuenta ahora que el sacrificio es la
esencia misma de la vida social. ‘Es conveniente que un hombre muera por el
pueblo’: no solamente que un hombre muera, sino (lo que es más importante) que
cada hombre debe estar preparado y dispuesto a morir por esa causa cuando surja
la ocasión y la necesidad. Tomado en su significación e implicaciones más
amplias, el sacrificio tal como se lo concebía en el mundo antiguo, era algo
perfectamente razonable. Debería compenetrar más nuestra vida moderna, de lo
que lo hace. Todo lo que tenemos o disfrutamos, fluye o está implicado en el
dolor y sufrimiento de los demás, y si es que hay justicia en la naturaleza o
en la humanidad, exige, de nuestra parte, una disposición equivalente para
sufrir.”(*)” (505)
(*) Pagan and Christian Creeds, de Edward Carpenter, pág. 45.
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“La tarea principal de Cristo fue establecer el reino de Dios en la
tierra. Él enseñó el camino por el cual la humanidad podría entrar en ese
reino, sometiendo la naturaleza inferior a la muerte en la cruz y resucitándola
por el poder del Cristo que mora en nosotros. Cada uno debe hallar solo el
camino de la cruz y entrar en el reino de Dios por derecho de realización. Pero
el camino se descubre sirviendo a nuestros semejantes, y la muerte de Cristo,
vista desde cierto ángulo, fue la lógica consecuencia del servicio que había
prestado. Servicio, dolor, dificultad y cruz —tales son las recompensas del
hombre que antepone la humanidad a todo, y él mismo se pone en segundo término.
Pero al hacerlo, descubre que la puerta del reino se ha abierto de par en par y
puede entrar en él. Primero debe sufrir. Es el Camino. Hermann Keyserling (*)
dice:
“... la ética cristiana fue la primera en percibir que el pecado y el
sufrimiento no son simplemente cualidades negativas, sino medios de salvación;
... la relación personal hacia nuestro semejante es de mayor importancia que
toda la justicia objetiva. Sin duda sólo lo que Jesucristo llama Amor es la
religión personal con nuestro hermano que responde a la idea del bien. A esto
debe agregarse un conocimiento posterior que llevará a resultados más
profundos: el ‘yo’ no debe constituir su aspiración ultérrima. En realidad no
la constituye, porque aquel que no puede extender su vida más allá de sus
límites egoístas, encadena su naturaleza.”
Mediante el servicio y el sacrificio supremos nos convertimos en
seguidores de Cristo y obtenemos el derecho de penetrar en Su reino, puesto que
no entramos solos. Éste es el elemento subjetivo en toda aspiración religiosa y
lo han comprendido y enseñado todos los hijos de Dios. El hombre triunfa por la
muerte y el sacrificio. El párrafo siguiente aclara la idea:
“¿Y qué decir de la tercera categoría básica de la naturaleza, el
elemento específicamente humano? ¿Cuál es la base trascendental del humanismo?
¿En qué consiste la marca característica de la humanidad?
“El elemento espiritual en el hombre ¿no es el que le revela su clara,
triple y autosacrificada responsabilidad para el bienestar de todos los seres,
de acuerdo a la íntima relación que tienen con él? ¿No es un sentido de deber
universal, de compasión hacia el que sufre, de felicidad por quienes gozan, que
hace que todo hombre trascienda su propia naturaleza humana?
“Al participar del sufrimiento y el goce de los demás, todo hombre es
capaz de sufrir y gozar expiatoriamente. Tal es el elemento superhumano en el
hombre, y allí llega al nivel ético y comprende su deber hacia el amor y su
amor hacia el deber...
“Todas las grandes religiones del mundo, las más elevadas (islamismo,
confucionismo, judaísmo, cristianismo, budismo, helenismo, hinduismo y
zoroastrismo), proclaman por igual, que mediante el ‘sacrificio’ se ‘hace
sagrado’ su yo finito, que el hombre afirma su Yo eterno, su espíritu
superhumano.”(**)” (506)
(*) The Recovery of Truth, pág. 548.
(**) Eros arsd Psyche, de Benchara Branford, pág. 318.
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“Hemos hecho una tragedia de la Crucifixión, siendo que la tragedia
real está en nuestro fracaso en reconocer su verdadera significación. La agonía
en el Huerto de Getsemaní se basó en el hecho de que Cristo no fue comprendido.
Muchos hombres sufrieron muertes violentas. En esto, Cristo no fue distinto de
miles de personas de amplia visión y reformadores en el transcurso de las
edades. Muchos han pasado por la experiencia de Getsemaní y oraron con igual
fervor que Cristo para que se cumpliera la voluntad de Dios. Muchos más fueron
abandonados por quienes esperaban ser comprendidos y participar en su tarea y
en el servicio visualizado. En ninguno de esos aspectos Cristo fue el único.
Pero Su sufrimiento está basado en Su visión, excepcional en su género. La
falta de comprensión, de la gente y las interpretaciones distorsionadas que los
posteriores teólogos darían a Su mensaje, sin duda fueron parte de Su premonición,
del mismo modo que el conocimiento del énfasis puesto sobre Su persona como
Salvador del mundo, retardaría, por siglos, la materialización del reino de
Dios en la tierra, que debía fundarse de acuerdo con Su misión. Cristo vino
para que toda la humanidad pudiera tener “vida más abundante”.(*) Hemos
interpretado Sus palabras de que sólo los “salvos” podrían dar esos pasos
necesarios para alcanzar esa vida. Pero la vida abundante no será una vida
vivida en el más allá, en algún cielo distante, donde los creyentes disfrutarán
de una vida de felicidad exclusiva, mientras que el resto de los hijos de Dios
quedará fuera. La Cruz estaba destinada a señalar la línea de demarcación entre
el reino de los hombres y el reino de Dios, entre un gran reino de la
naturaleza que había alcanzado su madurez y otro reino de la naturaleza que
ahora podía entrar en su ciclo de actividad. El reino humano había evolucionado
hasta el punto de producir un Cristo y otros hijos de Dios, cuyas vidas fueron
testimonio constante de la naturaleza divina.” (507)
(*) Jn. 10:10..
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“Es tiempo de que la Iglesia despierte a su verdadera misión, que es
materializar el reino de Dios en la tierra, hoy, aquí y ahora. Ha pasado el
momento de hacer hincapié en un reino futuro. A la gente ya no le interesa un
posible estado celestial o un probable infierno. Debe aprender que el reino
está aquí y debe expresarse en la tierra. Tal reino está integrado por quienes
cumplen la voluntad de Dios, a cualquier costo, como Lo hizo Cristo, y pueden
amarse unos a otros como Cristo nos amó. El camino hacia ese reino es el camino
que Cristo recorrió. Implica el sacrificio del yo personal por el bien del
mundo y el servicio a la humanidad, en vez del servicio a nuestros propios
deseos. En el transcurso de la enunciación de esas nuevas verdades
concernientes al amor y al servicio, Cristo perdió Su vida. El canónigo B. H.
Streeter,(*) dice que “el significado y valor de la muerte de Cristo, surge de
Su cualidad interna. Es la manifestación expresada externamente, de una
autodedicación, libremente elegida, sin mezquindad ni reservas, al servicio más
elevado de Dios y del hombre. El sufrimiento incidental de esa propia ofrenda
es moralmente creador.”” (508)
(*) The Buddha and the Christ, pág. 215
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““El drama del Calvario se vuelve a representar en toda alma que
alcanza la conciencia espiritual. Hasta que el Hijo de Dios no resucite
victorioso en nosotros, sobre el viejo Adán —el yo que dice: ‘no Tú, sino yo’—
poco habrá hecho por nosotros el Cristo de antaño... La dulce historia de
antaño deberá ser nuestra propia historia, repetida en nosotros. El Niño Cristo
debe nacer nuevamente en nosotros, crecer y actuar allí, sufrir y morir para el
mundo; elevarse en poder en nosotros y ascender al eterno Padre.”(*)” (509)
(*) Dr. R. J. Campbell, Crucified with Christ, Sermón.
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“Este sentido del fracaso del amor constituye el principal problema de
la agonía en el Huerto. Este sentido de la lucha con las fuerzas del mundo, Le
permitió a Cristo unirse con todos Sus hermanos. Los hombres Le habían fallado,
como nos fallan a nosotros. Cuando más necesitaba de la comprensión y de la
fuerza que da el compañerismo, Sus amigos más íntimos y queridos Lo abandonaron
o se durmieron, ajenos a Su agonía mental. “El Conflicto de Prometeo es la
lucha que tiene lugar en la mente humana, entre el anhelo por comprender y la
atracción más inmediata de los efectos y deseos vivientes, condicionados por la
buena voluntad y el apoyo de nuestros semejantes. Mientas existen los deseos
por obtener la felicidad de los seres queridos, el alivio del dolor y el
desengaño en las mentes, no se puede comprender el sueño interno, ni dar
seguridad a los honores mundanos. Este conflicto es la roca en la que zozobra
la mente religiosa y está en conflicto consigo mismo”.77 Cristo no naufragó
contra esta roca, pero pasó momentos de intensísima agonía, hallando alivio
únicamente en la comprensión de la paternidad de Dios y su corolario, la
hermandad de los hombres. “Padre” dijo, y fue este sentido de la unidad con
Dios y con Sus semejantes lo que Le llevó a instituir la Última Cena, para
iniciar el servicio de comunión, cuyo simbolismo se ha perdido desastrosamente
en la práctica teológica. La nota clave de ese servicio de comunión era la
fraternidad. “Sólo así Jesús crea la fraternidad entre nosotros. No lo hace
como símbolo... ; mientras no seamos mutuamente con Él una sola voluntad y
antepongamos el Reino de Dios sobre todas las cosas, y sirvamos en nombre de
esta fe y esperanza, no habrá fraternidad entre Él y nosotros, y los hombres de
todas las generaciones que vivieron y viven con idéntico pensamiento”.”(*)”
(510)
(*) The Mystery of the Kingdom of God, de A. Schweitzer, pág. 56.
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(499) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 1 (pág.
186)
(500) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 1 (pág.
191)
(501) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 2 (pág.
192)
(502) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 2 (pág.
198)
(503) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 2 (pág.
202)
(504) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 2 (pág.
204)
(505) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 2 (pág.
209)
(506) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 2 (pág.)
(507) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 3 (pág.)
(508) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 3 (pág.)
(509) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 3 (pág.)
(510) CAPITULO V. La Cuarta Iniciación... La Crucifixión. 3 (pág.)
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